¿Alguna vez te has preguntado a qué huelen las cosas que no huelen?

¿Alguna vez te has preguntado a qué huele el espacio exterior, ese lugar extraño, oscuro y bello a su vez, donde los marcianos comen palomitas y planean el cómo y el cuándo?

Las nubes, ¿a qué huelen?, ¿las estrellas?, ¿la música? ¿Alguna vez te lo has preguntado?

En este mismo instante que escribo me pregunto a qué huele mi infancia: ¿a chuches?, ¿a mar?, ¿a parque de bolas? Pero no...sin duda, huele a laca y aguarrás. Mi niñez entre secadores y pintura marcó toda mi vida. 

Mi madre, ahora jubilada, tenía una peluquería. Mi padre era pintor de brocha fina y profesor. Digo “era”, sin especificar “jubilado”, porque ahora está con los marcianos viendo cómo escribo preguntas sin sentido. 

Por cierto, el espacio huele a metal ardiendo, o al menos eso dice el astronauta Scott Kelly, aunque mi padre discrepa un poco. Él se fue el último día de feria, hace ya casi 16 años, y dice que cuando llegó, le vino el olor a futuro.

Lo recuerdo pintando, leyendo o comiendo frutos secos, también chocolate, aunque a escondidas. Ahora entiendo de dónde viene mi adoración por el chocolate Nestlé con almendras. También, recuerdo el olor a cáncer, aquel que se lo llevó y que ojalá no existiera, pero que me enseñó que hay que vivir cada segundo como si fuera el último.

¿Alguna vez te has preguntado a qué huelen los recuerdos? Hay olores que automáticamente representan escenas, como aquella vez que pinté mi primer bodegón con mi padre, o cuando le teñí de rojo un buen mechón de pelo, sin querer, a la hija de una clienta de mi madre. Olores que me hacen sacar unas risas.

Ahora me pregunto en futuro... ¿a qué olerá emprender? Apuesto que a frustración, nervios, miedo y un sin fin de emociones...pero sobre todo, a creatividad, libertad y honestidad

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