CAMINO

¿Recuerdas esa escena en la que la prota está huyendo y, de repente, se encuentra una bifurcación donde debe elegir entre: el camino soleado con un hermoso paisaje y unos pajaritos de lo más cute o el camino que da un miedo de cojones?

Pues al igual que la prota, algunas elegimos el segundo. A pesar de los carteles de advertencia de “no vas a tener vida”, “vas a trabajar para pagar”, “no vas a tener estabilidad”, “va a subir la cuota de autónomo” y así hasta el infinito…

Amiga, que te van los retos y el camino con aspecto de morir con solo pisarlo, agárrate fuerte de mi mano.

Porque, aunque se te aparezca la niña de la curva; derrapes a lo Fast & Furious y te quedes con una pata colgando del acantilado, y un camión enorme toque su estridente claxon porque está a punto de atropellarte, vas a salir poderosa de ese tramo del infierno. Y, lo más importante, no estarás sola.

Iremos pasito a pasito, suave suavecito… 

Y de un paso a otro, nos cagaremos de miedo, nos sentiremos solas a pesar de no estarlo, nos preguntaremos miles de veces si merece la pena, nos frustraremos otras cien mil y nos perdemos ochocientas mil.

Pero cuando te vas rodeando de personas increíbles que te entienden, que te aportan su perspectiva, que hacen crecer tu proyecto y que te hacen compañía en este camino cuesta arriba…

De repente, esa mochila de peregrina del Decathlon, que habías llenado con un montón de miedos y creencias, ya no pesa; el sol comienza a salir iluminado un paisaje que nada tiene que ver con el principio, y tú te has transformado, como la Rosalía.

Porque cuando te acompañan personas bonitas que te aportan, el camino deja de hacerse al andar para hacerse al volar

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